sábado, 5 de marzo de 2011

Pensando en las musarañas




Iba yo tan tranquilo, paseando entre los limoneros, que estos días están reventones a más no poder, cuando ha salido volando, sobresaltada, una perdiz, que de tan gorda y lustrosa que estaba, le ha costado un esfuerzo enorme remontar el vuelo y no estrellarse contra una caseta de labranza que por allí había. Las parejas de tórtolas están ya haciendo de las suyas, mostrándose emparejadas y cariñosas, como dos novios quinceañeros picardeados en cualquier jardín a las cinco de la tarde.


Así que, mientras quemaba calorías, iba pensando en las musarañas, y no sé si, de tanto pensar en ellas, me he encontrado con la pobrecita de la foto, que estaba más tiesa que la mojama.


Después de estudiar la causa de su muerte, haciendo de improvisado forense veterinario, he llegado a la conclusión, de que la pobrecita se ha muerto, o de aburrimiento o de estreñimiento, como las dos cosas acaban en "miento", pues... ¡miento!. O sea, yo qué coño sé de qué habrá muerto la pobrecita.


Quizás de vieja, ya que es una de las más grandes que me he tropezado cuando voy, por ahí, pensando en las musarañas.


Leí, hace tiempo, que las musarañas se pueden morir si pasan más de cuatro horas sin comer, y que comen todos los días la misma cantidad de comida que el peso de su propio cuerpo. Joder. Luego dicen que yo soy glotón. ¡Habráse visto!


Fíjense por dónde, sin pretenderlo, he llegado a la conclusión de que mí genética debe de tener algún cruce lejano con las musarañas, ya que siempre estoy pensando en ellas y el resto del día lo paso pensando en comer.
Aunque, a diferencia de las musarañas, en proporción, no llego a zamparme ochenta y cinco kilos de alimentos. ¡Qué más quisiera yo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario