domingo, 18 de marzo de 2012

Días de hospital II


Otro día más mirando el gotero. Mi madre esta desesperada. Le cuesta aceptar su realidad y anhela su salud, los bailes de los sábados en la tarde, también los bingos del centro de mayores, donde la línea se paga con un lomo embuchado y tres latas de atún en aceite de oliva y con el bingo te conceden un jamón serrano, a medio curar, y un bote de kilo de melocotón el almíbar, que llena de orgullo a los afortunados y de envidia a los desafortunados.
La taza de caldo de ayer, su primera ingesta después de la operación, le sentó peor que un veneno. Han vuelto a quitarle los líquidos. Dicen que rectificar es de sabios, aunque realmente los sabios no se suelen equivocar, para algo son sabios.
Ella sigue sin saber su verdadera enfermedad. Aunque ayer, un imbécil que debería pesar en canal más de ciento veinte kilos, se empeñará en, desde el quicio de la puerta, preguntarme delante de ella: 
-¿Qué tiene tu madre? -preguntó el tontucio.
- Ganas de irse al baile, como hace todos los sábados -le respondí.
- No, hombre, me refiero a su enfermedad -siguió insistiendo el idiota.
- Mal de amores. Su novio no ha venido a verla hoy - dije esquivando su impertinencia.
- ¿De dónde son ustedes? -preguntó de nuevo el menda.
- Somos de Murcia. Mi madre vive cuatro calles más allá -le contesté mirando hacia la ventana.
Tuve que pegar varios muletazos, a diestro y siniestro, para que el encefalograma plano se cansara y se fuera a la mierda para no volver. Luego me  percaté de que el tipo iba metiendo la nariz por todas las habitaciones y que las enfermeras estaban hasta el moño de él. Es el cansino de la tercera planta, dijeron.
Mi madre tose y eso le hace sentirse peor. Su intestino ha comenzado a moverse  y la tienen que cambiar muy a menudo.
El aparato que le dosifica los nutrientes, que le meten en vena, hace un ruido continuo cada treinta segundos. El hijo de la señora de al lado lee el Marca, mientras su madre duerme, pensando en limpiar la puerta de su casa de Archena y yo escribo.
En la parte trasera de la puerta de la habitación 328, que es donde ella está, hay una pegatina en la que un peluquero ofrece cortes de pelo a domicilio a cinco euros.
La tarjeta prepago de la televisión se ha acabado justo en el instante que Fernando Alonso aceleraba en su caballo rampante y la enfermera entraba a asear el cuarto con su carro renqueante.
Para mi la rutina hospitalaria es la misma rutina de todos los días. Mi madre, con toda seguridad, no pensará lo mismo que yo. En los hospitales, la paciencia manda y la impaciencia corroe.
Ahora, mi madre duerme. La señora de al lado mira al techo con resignación, mientras su hijo ronca,  como un búfalo, con el diario Marca encima de la cara. Quizás, soñando con los goles de Leo Messi o en el dulce juego del Atlético de Bilbao. 

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