viernes, 28 de septiembre de 2012

Robert Jerzy, el enano loco y la Venus de plástico



Yo leía a Villoro -uno de mis escritores mexicanos favoritos- en un tosco y atestado tren polaco rumbo hacia alguna empresa ubicada en algún edificio descascarillado de la finiquitada era soviética. Un viento gélido peinaba un paisaje de color plomizo y nevado casi a perpetuidad. Él llevaba un gorro de lana como roído por los ratones. En la mano derecha portaba un documento de identidad que miraba fijamente  desde que subió al tren. Se sentó en medio del pasillo sin hacer demasiado esfuerzo en buscar mejor acomodo en cualquier compartimiento de los muchos que se encontraban libres. Urszula –mi traductora- y yo, nos entretuvimos, sin saber por qué ni para qué, intentando leer el nombre que aparecía escrito en aquel carnet y no cesamos en nuestro empeño hasta conseguirlo.  Al rato, me fijé como su mano izquierda estiraba el pulgar y el meñique al máximo de su capacidad, tal vez de una manera espasmódica e incontrolable. Hablaba solo. El tipo parecía un gran monologuista en pleno entrenamiento antes de una actuación.  Miraba continuamente a los lados, con desconfianza, como si temiera la aparición repentina de alguien que le acosara. Sus uñas estaban tan llenas de suciedad como las de un mecánico limpiando el carburador de un viejo Lada.  En la mano derecha presentaba una herida que tenía la apariencia de ser una quemadura bastante reciente y no haber recibió, aún, ningún tipo de cura, por lo que su aspecto era horrible.
Iba sin afeitar. Su barba canosa presentaba grandes zonas desprovistas de vello, lo que facilitaba entrever en su rostro una gran cicatriz.
Yo miraba hacia el pasillo con mi frente apoyada en el cristal y Urszula me miraba preocupada por la presencia del inquietante desconocido, quizás, quién sabe, temiendo de él cualquier reacción incontrolable y peligrosa.  La traductora me dijo que creía que el documento que exhibía el tipo era la identificación de un hospital psiquiátrico de la ciudad de Poznan. 

Continué con Villoro. En su relato, un tipo fue contratado por un excéntrico ricachón para que le leyera todas las tardes.
No sé qué me ocurre…  pero cuando estoy en Polonia  me acuerdo de otros países, y, cuando estoy por ahí, por esos mundos de Dios, siento nostalgia de Polonia, de sus rubias de ojos azules, y de su sopa de remolacha de color carmesí. Perdonen por la divagación.
Como les iba diciendo: ese tal Robert Jerzy, ya identificado por nuestro improvisado servicio de inteligencia como un enfermo mental, se castigaba el hígado con una petaca de vodka de la época de los zares. Conforme bebía, el tic de su mano nerviosa se fue relajando, hasta el punto de cerrar la mano y apretarla como si pretendiera estrujar algo, tal vez una mosca, o tal vez la tráquea de alguno de sus odiosos cuidadores.
En cada estación subía más y más gente. Todos le pasaban a Robert Jerzy por encima. En principio, esto pareció no importarle demasiado, hasta que sin querer, un chico, rapado y con botas militares, le pisó un pie y él reacciono agarrándolo por un tobillo de manera brusca, mientras le lanzaba exabruptos en polaco que Urszula no se molestó en traducir.
El chico respondió pegándole al enfermo una patada en la cara, como lo hiciera un delantero centro sobre un balón en el área pequeña con opciones de gol. Sobre la pared de formica, que separaba el pasillo de nuestro habitáculo, sentimos un golpe tremendo. Robert quedó medio aturdido, sin capacidad de reacción, mientras de su nariz comenzó a brotar una sangre muy roja, que destacaba enormemente sobre su tez blanquecina, caía zigzagueando entre su bigote, sus labios y su barba, y acababa depositándose sobre su sucio abrigo y su viejo pantalón.
De un bolsillo del abrigo saco un pañuelo, más sucio aún que su ropa, y se lo llevó a la nariz para, de ese modo, intentar atajar la hemorragia. De nuevo, como hipnotizado, se refugió en el vodka, de tal manera que, con una mano se presionaba la nariz, y con la otra se empinaba la petaca, hasta que, al parecer, esta dejó de ofrecer, por puro agotamiento, su contenido alcohólico. Robert parecía más relajado. Guardó en el bolsillo interior de su abrigo la petaca vacía y el documento del manicomio. Su mano díscola continuaba fuertemente cerrada.
De nuevo, el tren se paró en seco, y Robert tuvo que agarrarse como pudo para no perder el equilibrio pese a estar sentado sobre el piso. Inesperadamente se puso en pie y me clavó una mirada incisiva que de haber durado más, de la décima de segundo que duró, hubiera conseguido que me orinase encima. Repentinamente comenzó a correr por el pasillo. Al instante dos hombres uniformados pasaron por delante de nosotros persiguiendo a la carrera  al trastornado, que, al salir por una de las puertas del vagón, cayó de bruces sobre el resbaladizo suelo del andén.
No se pudo levantar. Los dos gorilas se abalanzaron sobre él y lo agarraron como si fuera un pelele.
Los guardianes del calabozo se lo llevaron, arrastrándolo por los hombros, sobre un suelo mojado por la nieve al derretirse.  Al pasar frente a nuestra ventana alzó su cabeza y nuevamente me clavó su mirada fría y despiadada envuelta en sangre.
Hasta Urszula sintió un escalofrío.
De repente, sonó un fuerte pitido y el tren reanudo su marcha. Mi traductora, y yo, nos mirábamos perplejos, sin decirnos nada, fríos como la fuerte nevada que acababa de iniciarse. Me puse de pie, intentando dejar en mi maletín de trabajo el libro de Villoro, cuando vi pararse en el pasillo a un hombrecillo que apenas alcanzaba el metro y medio, que cargaba una maniquí sin brazos, cuya única vestimenta estaba formada por un gorro de lana y una bufanda blanca, roja, y verde, que destacaba enormemente sobre un cuerpo color rosado.  Un escalofrió me recorrió todo el cuerpo. Una reacción física que nada tenía que ver con la nevada que estaba cayendo sobre aquellas nieves eternas a más de quince grados bajo cero.
Agarré mi ordenador portátil y lo conecté. Urszula me miraba con extrañeza sin decir nada. Pasé mi dedo por la huella digital que da acceso a mi menú. Seleccioné mis imágenes. Rebusqué entre cientos de carpetas de fotos hasta que encontré una en la que se leía: Puebla-México- Marzo2006. Abrí la carpeta y no podía dar crédito a lo que vi. Invité a Úrzula a corroborar mis pesquisas. No hizo falta pronunciar palabra alguna. Ella miró aquella fotografía tomada en el Mercado de los Sapos en Puebla y clavó la mirada en la maniquí mutilada que abrazaba el diminuto personaje del pasillo.
-¿De verdad crees que es la misma, Pepe? -Me preguntó Urszula totalmente desconcertada.
- Si no es la misma que pare de nevar y salga el sol en este momento.
El tren volvió a parar media hora más tarde en una triste y fría estación de un pueblo, de nombre impronunciable, formado por una treintena de viejas casas de madera de chimeneas humeantes y tan sólo rodeado por unos pocos árboles deshojados y ennegrecidos.
El tipo se bajo allí. Sus pasos se hundían al caminar sobre una nieve blanda y sucia. Se alejaba caminando abrazado a su maniquí mexicana, que inexplicablemente había cruzado medio mundo para llegar hasta ese gélido pueblo a mitad de camino entre Polonia y Lituania. Al observarlo por la ventanilla vimos como dos hombres con el mismo uniforme que los que se llevaron a Robert Jerzy salieron de la estación y lo detuvieron. La muñeca quedó tirada en la nieve como un despojo, al parecer, ella no les interesaba.  El pitido del tren sonó hiriéndome como un inesperado disparo y mi pulso se aceleró.
Estuve pegado al cristal, apoyando mi frente en él, pese a la glaciar temperatura, sin poder moverme. Limpié el vaho con la manga de mi suéter. El tren reanudó lentamente su marcha. Aún alcancé a ver como una señora recogía a la Venus de plástico que me había perseguido por medio mundo, mientras dos enormes cuervos negros, que se habían acercado a curiosear alrededor de la maniquí, emprendieron el vuelo emitiendo unos amargos y sonoros graznidos.
Intenté tomar una foto con la BlackBerry pero tan sólo alcance a fotografiar a un árbol congelado y a uno de esos exaltados pajarracos, el cual, debido a la premura, salió movido en la instantánea.
Ordené todas mis cosas y decidí dormir un poco antes de llegar a Kaunas. Ni que decir tiene que, mientras dormía, sólo soñé con paisajes blancos. La pesadilla se había producido estando despierto.
Al avisarme Urszula de que estábamos llegando a nuestro destino, la nevada había cesado y un tímido sol hizo su aparición, pese a que el termómetro digital de esa estación marcaba 19 bajo cero.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Urszula me comentó que había escuchado en televisión que, días atrás, se habían escapado varios internos de un hospital psiquiátrico. Al parecer, algunos de ellos ya habían sido encontrados y llevados nuevamente a su centro de internamiento. Las autoridades solicitaban la colaboración ciudadana para encontrar al resto de los fugados.
He pensado qué, en el próximo viaje de trabajo por la zona, me tomaré algún día libre para dar una vuelta por rastrillos y tiendas de antigüedades; quizás ella, nuevamente, en algún oscuro y olvidado rincón, me estará esperando. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

No sin ti



Tras aquella llamada telefónica, su rostro adquirió una tez pálida. Su boca se volvió pastosa, como si sus glándulas salivares se hubiesen atrofiado y hubiesen dejado de ejercer su biológica función. Sus manos se tornaron temblorosas. Perdió la fuerza necesaria para mantenerse apoyada en aquel viejo mueble lo que la llevó a perder el equilibrio. Su ritmo cardiaco se ralentizó. Después de escuchar aquella concatenación de palabras que aquel desconocido le acababa de trasmitir desde el otro lado del hilo telefónico sintió cómo su cuerpo y su alma sufrían una metamorfosis, de tal forma que su parte física y su consciencia se convirtieron en dos entidades disociadas. En ocasiones, ella se conseguía visualizar desde fuera de sí, sintiendo lástima de ese cuerpo ausente y demacrado que únicamente vagaba de un lado a otro sin rumbo alguno.  Cuando tomaba asiento en una vieja mecedora junto a la ventana, intentaba recordar las palabras que sonaron al otro lado del teléfono. Jugaba a cambiarlas de ubicación, sacándolas de contexto, para intentar encontrar nuevos significados a aquel fatídico mensaje, pero siempre, irremediablemente, las palabras volvían a ordenarse correctamente en su mente y, con ello, su condena se volvía de nuevo real e incuestionable.
Aquella noche había sido para ella tan larga como cien noches. Tan triste como toda la tristeza que se acumulara en toda la faz de la tierra. Su debilitado cuerpo ya no podía resistir de ninguna forma la presión que ejercía sobre ella la llamada de su propia muerte. Ya la sentía cercana. Notaba su presencia alrededor como una corriente gélida, glaciar y necesaria. Una corriente que zumbaba como un enjambre de abejas negras que le perseguía incansablemente. Tan incansable como el eco de aquella voz que le anunciara el trágico accidente de tráfico de su esposo. Sentía la necesidad imperiosa de dejar de vivir aquella vida sin vida. Abandonar ese cuerpo vacío para ir en la búsqueda del alma a la que le había entregado los últimos quince maravillosos años de su vida.
No tenía la seguridad de volver a encontrarlo en la otra vida. De hecho, cuestionaba la existencia de esa otra vida que su religión le auguraba al lado de su Dios y sus seres queridos. Le angustiaba pensar que no fuera así, que su muerte fuera en vano y sus almas no volvieran a encontrarse nunca. Su cerebro era un continuo torbellino donde se cuestionaba todo: la vida y la muerte, la existencia de Dios, el cielo y el infierno.
Aquella horrible noche no llegó a dormir.
Con las primeras luces del alba decidió salir de casa.  Cerró la puerta acariciándola como el que acaricia la cara de un ser querido. Tomó su coche. El recorrido apenas  sí duró veinte minutos. Paró el vehículo en el mismo punto donde su marido, días atrás, había muerto seccionado por un quitamiedos mientras regresaba a casa en su moto, como cada día desde que él se saliera con la suya para comprarla, pese al temor que eso a ella le producía.
Bajó del coche con los ojos totalmente encharcados de lágrimas. Era un llanto mudo, ahogado, pero, al mismo tiempo, liberador. Se agachó para hacer suyo el ramo de flores, las cuales, ya se encontraban mustias por los días trascurridos. Abrazada al ramo, se introdujo de nuevo en el coche. Con la mano derecha rebuscó en su bolso un pequeño pastillero de color plata, el que, en un acto casi reflejo, vació en su boca por completo.
Abrazada a aquellas flores secas, su cuerpo se fue relajando, hasta que el claxon del vehículo comenzó a sonar.
Cuando llegó la Guardia Civil, el sonido del pito apenas se escuchaba como un quejido. Por precaución, mientras recibían instrucciones, no quisieron acercarse demasiado, ya que, de manera incomprensible, un gran enjambre de abejas negras había inundado completamente su interior.  

viernes, 21 de septiembre de 2012

El chisporrin de Kiev


Al lado de mi apartamento en Kiev hay una batería de cañones del año del chisporrin. He buscado en google la palabra chisporrin y no aparece nada, justo lo contrario que ha ocurrido al poner, sin saber por qué, ni para qué, la palabra cañones. Vaya tela. He visto cañones hasta aburrirme. 
No he querido desistir, erre que erre, y he seguido indagando sobre el chisporrin, pero tras mucho buscar en ese oráculo contemporáneo, sólo he conseguido averiguar que chisporrin es el seudónimo que utiliza algún usuario en foros de motos o de peces de acuario.
Como siento un odio visceral contra las motos y siempre me han gustado mucho los acuarios, me inclino más por el nick de los peces. 
Yo de pequeño tenía la casa de mis progenitores llena de acuarios, pero no soy chisporrin, aunque ya voy teniendo edad. Tener edad no me disgusta tanto como los cañones y las motos o como estar fuera de casa, en el mismísimo Kiev, trabajando una semana, y ejerciendo de escritor sin saber escribir. Aunque, para decir verdad, también ejerzo de Director Comercial sin  tener muy claro cómo ser un buen Director Comercial, ejerzo de marido sin saber ejercer de marido, y ejerzo de padre sin tener claro en que consiste ese cargo biológico tan trascendental.
Esta mañana temprano, cuando salí a caminar, mientras mi compañero francés aún dormía y mi compañero polaco tosía y tosía sin parar de fumar, me he tropezado con una antigua fortaleza militar donde se exhibían esos viejos cañones como Marilyn Monroe exhibía sus piernas o Mariano Rajoy exhibe su lengua díscola.
Cerca del fuerte, rodeado de árboles que ya amarillean como queriendo avisar de la necesidad imperiosa de ir sacando las ropas de invierno de los armarios, me ha sorprendido la cantidad de soldados que recorren las calles rumbo al hospital militar y esto me ha recordado a mi época de militar en el año del chisporrin.
Me he ofuscado mucho intentando averiguar el motivo por el cual, esta mañana, me persigue la palabra chisporrin, cuando lo que yo quería era hablar sobre los cañones de Kiev, por el hecho de gustarme como un título sugerente para una nueva entrada en el blog. Mientra observaba los cañones, hipnotizado por el brillo de sus hierros dorados, un viejo funcionario ucraniano se ha puesto a darle lustre al cañón con una vieja gamuza del año del chisporrin. Sintiéndome victima de alguna maldición, he decidido regresar al apartamento en dónde el polaco tosía y tosía sin parar de fumar y el francés dormía y dormía sin parar de dormir. 
La vida pasa tan rápido que, mientras algunos sufren las consecuencias de extrañas maldiciones, otros tosen, roncan, sueñan o dirigen los designios de un país escondidos dentro de un armario del año del chisporrin, esperando a ver si escampa.
Puestos a elegir, prefiero acabar este relato soñando con las piernas de Marilyn. ¡Qué mala suerte tuvo la pobre!

lunes, 17 de septiembre de 2012

Error de cálculo


En el día de ayer, varios ministros -aprovechando los últimos coletazos playeros de este verano- se reunieron en chanclas y bañador con el líder supremo de la lengua díscola y la barba cana -que les esperaba en su piscina olímpica con un flotador tipo "patito de goma" de la talla XXL- para tomar una serie de decisiones de gran calado para el país.
-¡Líder, loado líder! ¿Nos podemos bañar sin flotador? -le preguntó el Ministro de Información, Turismo y Casinos -cargo que siempre conlleva aparejado tener que bañarse en los lugares más inverosímiles-.
-Sois unos memos. Si estamos pidiendo un rescate, en la foto deberíamos salir todos con el patito de goma. ¿Qué va a pensar ahora la Merkerel? Va a pensar que no apoyáis a vuestro líder. ¡Ir inmediatamente a un chino y comprar cuatro salvavidas ahora mismo, cojones! -dijo el presidente con la autoridad que le caracteriza.
-Ahora mismo mandamos al chófer, líder supremo -no se disguste jefe que hoy la prima de riesgo esta tranquila, no vaya a ser el demonio... -comentó el Ministro de Economía y Evasión Fiscal.
Cuando llegó el chófer con los flotadores, los ministros y las ministras se colocaron los patitos, se impregnaron con altas cantidades de crema de protección solar y se colocaron una gorra del PiPR (Partido por el incremento del Paro y los Recortes) y, de esa guisa, entraron en comandilla a la piscina.
Ya en el agua, la piscina comenzó a hervir como un jacuzzi descontrolado, debido a las altas temperaturas que emanaban, principalmente, de las grandes y elocuentes cabezas pensantes de nuestros entregados y honestos dirigentes.
El líder supremo tomó la palabra:
-Os preguntaréis el motivo por el cual os he convocado a esta reunión secreta y de urgencia en vuestro inmerecido día de asueto. El motivo es bien sencillo señoras y señores:
Anoche, mientras rezaba el rosario y escuchaba el carrusel deportivo, tuve una visión mariana. Fue una visión clara, contundente y fácil de aplicar para salir definitivamente de esta crisis y que Merkerel no me chille más por teléfono. Hemos cometido un error de cálculo señores, un simple e infantil error de cálculo. Lo que haremos con urgencia, a partir de mañana lunes, será subir los impuestos un 10% y rebajar todos los sueldos de este país otro diez 10%.
-Es usted un visionario señor Presidente:¿Cómo no sé nos habrá ocurrido antes? -dijo la Vicepresidenta Primera con asombro, mientras un chorrete negro evidenciaba que su máscara de pestañas no era waterproof.
-¡Por un error de cálculo! ¡Maldita sea!-exclamó el Presidente. Le diremos a la troika que ya hemos dado con el problema y que en seis meses lo tenemos todo resuelto. Y tú, mientras tanto -refiriéndose al Ministro de Economía y Evasión Fiscal- pídeles algo de calderilla para pagar a las autonomías antes de que todas pidan la independencia, ¡joder! que hasta la Isla del Cilantro ha pedido la jodida independencia.
-Pero si está deshabitada, señor Presidente -exclamó el Ministro del Interior y los Alrededores.
-Pues habrán sido las cabras ¡Yo que sé! -dijo el Presidente visiblemente contrariado.
-Presidente, por favor: ¿Si llamara el secretario de Merkerel para preguntarnos dónde estaba el fallo, qué le contestamos? ... Más que nada para que pongamos todos la misma escusa -dijo el Ministro de Información, Turismo y Casinos.
-Decir que la culpa ha sido de un fallo informático, pero que ya está todo resuelto -les aleccionó el adalid.
-Eso diremos señor Presidente -exclamaron todos los ministros al unísono.
¡Maldito error de cálculo! Podéis llevaros el pato, si os hace ilusión - exclamó el señor Presidente. Tras lo cual, dio por finalizada la reunión y se echó otro vermú sin quitarse el flotador.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Desgraciado de profesión



Aquella mañana, nada más despertarme, como de costumbre, supe que no era mi día.
Al intentar apagar el odioso despertador suizo -fabricado en China- que me regalaron el lluvioso y desapacible día de mi comunión, -que sonaba esa mañana como si se hubiese vuelto loco-; arrojé sobre mis zapatillas de andar por casa, el vaso de agua que cada noche coloco en la mesilla por si me da sed.
Me levanté y me dirigí hacia el lavadero para poner a secar las zapatillas. Al pasar por la cocina tuve la desgracia de pisar un tapón de cerveza, que, por mi innata gandulería, estaba por el suelo de la cocina varios días de un lugar a otro. Me lo clavé hasta el alma. Sangré abundantemente y, como pude, me dirigí hacia el baño a meter el pie en el bidet.
El agua enrojecida empezó a marearme. No recuerdo nada más.
Cuando llegó Luisa, la limpiadora, yo yacía pálido y desnudo en el suelo. Me despertó su grito, que casi consigue rematarme del susto.
Avergonzado, sobresaltado y mareado me incorporé con la ayuda de Luisa, que me curó el pie, que ya apenas sangraba.
Cuando me di cuenta de la hora que era, me imaginé firmando mi finiquito, ya que me habían apercibido en varias ocasiones por llegar tarde a la oficina.
Y así fue. Nada más llegar mi jefe me llamó a su despacho y me comunicó el fin de mis días en Administración de Fincas Gil y Gil, S.A.
Por mucho que intenté explicarle lo sucedido, no me creyó. Como tan poco le dio credibilidad al retraso del pasado lunes cuando, casi ya en la misma entrada de la oficina pise un abundante excremento canino que hizo que diera con todos mis huesos en el suelo, llenándome el pantalón de detritus, por lo que tuve que volver a casa, llegando más de una hora tarde al curro.
Claro que tampoco me creyó cuando, la semana anterior, estuve encerrado en el viejo ascensor de mi edificio, durante más de una hora, hasta que los de Otis me sacaron de allí más colorado que un salmonete.
No me quiero enfadar, ni deprimir, ni desesperar, pero no puedo entender como se acumulan todas las desgracias del universo en mi haber. ¿No habrá posibilidad de llegar a un pacto con el Altísimo- o con el mismísimo diablo si fuera menester- para que algunas de las desgracias absurdas que me persiguen le toquen a algún otro mortal? ¿Qué pecado tan grande habré cometido para merecerme este castigo tan ridículo? ¿Por qué?, ¡Coño! ¡Si es que todo lo que me ocurre son chorradas!, ¡Pero me están quitando las ganas de vivir!
No me ha atropellado un autobús. No me han desvalijado unos atracadores en un cajero automático al ir a sacar uno de los cuatro chavos que tengo en mi cuenta de ahorro.
No me he estrellado en la M-30 en un Mercedes, porque, por no tener, no tengo ni coche, y voy  al trabajo a diario en el metro.
Soy un desgraciado sin glamour, un ridículo, un chiquilicuatre, un mequetrefe y ahora encima sin trabajo.
Tendré que despedir a Luisa después de todo lo que hizo por mí. Tendré que dejar el apartamento y pedirles asilo a mis padres, por lo que ya no podré seguir intentando subirme al piso a ninguna cajera del Mercadona. ¡Total!... en dos años no he conseguido que suba ninguna ni a tomar café.
Y yo me pregunto… ¿Es normal que a mis cuarenta y dos años siga siendo virgen, y que mi único futuro pase por regresar a casa de mis padres?
Mi abuela minutos antes de morir ya me lo advertía… ¡Lleva mucho cuidado, Pedrín, que viniste al mundo de culo y casi matas a tu madre al nacer! ¿No te has dado cuenta de que cuando todos van para adelante tu vas para atrás? …
En su lecho de muerte mi abuela, cavó parte de mi tumba. Creo que lo que quería era llevarme con ella, pero no le di en el gusto.
Mientras contaba todo esto a un señor que me escuchaba atentamente en un banco del Parque del Retiro, se acercó una señora que me dijo:
 -    No se preocupe caballero, a mi marido hace dos años que le dio una embolia y no puede hablar, de hecho no entiende nada de lo que se le dice.
Aquello me terminó de noquear. Por una vez que sentía que alguien me escuchaba resultó ser un triste enfermo sin conciencia.
Me levanté cabreado y me fui con mi mal fario a otra parte.

martes, 11 de septiembre de 2012

La señora María



- ¡Ave María Purísima! -dijo casi sollozando, mientras terminaba de arrodillarse en aquel confesionario carcomido y centenario.
- ¡Sin pecado concebida! -respondió el joven párroco con cierta apatía.
- Padre, no sé qué contarle. Desde la última vez que me confesé no recuerdo haber cometido ninguna falta, ni tan siquiera de pensamiento padre -dijo la mujer sin ánimo de ofender.
-Algún pecadillo habrá, señora María… no peque de doña perfecta -dijo el sacerdote, no quiera usted hacerme creer que va a ser usted una santa.
- ¡No, don Carlos!… cómo voy a ser una santa con la vida que he llevado, que usted la conoce bien, pero ahora que recuerdo don Carlos… he oído por ahí unos comentarios sobre usted que me gustaría que me aclarara, pues yo no los entiendo muy bien –comentó la feligresa.
- Pues cuénteme usted, señora María: ¿Qué dicen por ahí las malas lenguas ahora de mí? –preguntó el párroco con sumo interés.
- Dicen que si usted tiene un Mercedes, que si su sobrina no es su sobrina, que si el hijo de su sobrina es de usted, que el dinero del cepillo se lo gasta usted en otros menesteres menos piadosos que la limosna y la generosidad de sus feligreses –le confesó la señora.
- ¿Sólo dicen eso, señora María, o chismorrean algo más? -dijo el cura sin inquietarse lo más mínimo.
- No don Carlos, tan sólo dicen eso –respondió la anciana.
- Ya le dije el mes pasado, señora María, que la gente peca mucho de envidiosa y de embustera. Sabe usted que todo eso es mentira. Que a los rojos les gusta mucho malmeter contra la Iglesia y contra los curas. Sabe usted muy bien, doña María, que si pudieran nos quemarían todas las imágenes y ardiendo las sacarían en procesión. No le conté, en alguna ocasión, que en Barcelona, durante la guerra, sacaron las calaveras de las monjas de los nichos de un convento y, borrachos, bailaron con ellas en plena calle. Esa gente son unos bárbaros, harían cualquier cosa por acabar con nuestras creencias e imponernos el comunismo a sangre y fuego. A los que oiga hablar todo eso sobre mí, usted dígales que son unos rojos y unos comunistas malnacidos y no sé preocupe más de lo debido, señora María ¡Qué vale usted un Potosí!  -exclamó el cura con firmeza.
- No tenga usted la más mínima duda, padre, de que a todo el que oiga decir todas esas mentiras sobre usted se las verá conmigo -dijo la señora María.
- Rece usted tres Padrenuestros y tres Avemarías, por si acaso hubiera usted malpensado un poco de mí y vaya con Dios, señora María.
La señora María se postró frente a la imagen de La Santísima Virgen de la Perpetua Huída, mientras el cura salía del confesionario liberándose de la sotana, en dirección a la sacristía, en cuya puerta le esperaba el hijo de su atractiva sobrina. Tras rezar su penitencia por malpensada, depositó unas monedas en una de las decenas de huchas petitorias que salpicaban la parroquia, lo que le concedió el derecho a encender una vela electrónica a los pies de su venerada imagen.
  

sábado, 8 de septiembre de 2012

Deuda saldada



Aquel día se la jugó. Ahora o nunca, debió pensar. Fue hacia ella y le dijo: María, me gustaría que vieras algo que he pensado que te podría encantar como regalo de bodas. Creo que te va a venir muy bien. Mientras le hablaba, sus miradas se mantuvieron fijas varios segundos, durante los cuales, parecieron enviarse un mensaje en clave que estuviera prediseñado y latente desde mucho tiempo atrás.
María y Fran eran compañeros de trabajo desde hacía casi una década. Pese a no haber existido nunca nada entre ellos, era evidente que disfrutaban de una gran complicidad; una extraña química reconocida por los dos que les mantenía siempre expuestos ante la posibilidad de entrar, en cualquier momento, en una efervescencia incontrolable.
No le dio más detalles de la cita y eso la desconcertó. Nunca habían quedado fuera del trabajo, y, justo ahora, a escasas fechas del día de su boda, él se lo proponía.
María estuvo atacada de los nervios y ansiosa durante las dos horas que le quedaban de monótono y rutinario trabajo en la oficina.
Durante ese tiempo no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre si haría bien, haciéndose la inocente, yéndose con él a ver ese hipotético regalo de bodas, o, por el contrario, debería hacer lo políticamente correcto, que era darle esquinazo, dejarlo con tres palmos de narices y, al día siguiente, ponerle una excusa de perogrullo.
Pero esa tarde María decidió prescindir de la corrección y de todo aquello que se supone que hay que hacer. Le tranquilizaba conocer lo suficientemente a Fran, como para saber que nada de lo que sucediera esa tarde entre ellos dos,  trascendería nunca a nadie. Fran tenía fama de discreto, más que nada por estar casado y ser el primer interesado en guardar las apariencias.
Salió muy nerviosa de la oficina sabiendo que el regalo, con toda probabilidad, era una asignatura pendiente desde hace mucho tiempo entre ella y Fran. No daba crédito a que ese sueño privado e íntimo que mantenía latente con Fran desde hacía años, estuviera tan cerca de materializarse. Sentía su corazón  latir muy acelerado. Su boca se secaba por momentos, llegando a temer que sus labios se resquebrajaran como las orillas de un pantano en pleno agosto. En su bolso rebusco un caramelo, que días atrás cogiera en la consulta de su ginecólogo, y se lo llevó a la boca.
Los pasos en dirección a su coche se hicieron eternos. Sentía una inusual pesadez en sus piernas, debida a la tensión que le provocaba el desconcierto de no saber nada de Fran. Miró el móvil pero no encontró en él ningún mensaje ni ninguna llamada perdida.
Al llegar a su vehículo entró rápidamente, dejando su bolso en el asiento de al lado, sin dejar de mirar al teléfono, como necesitando con urgencia instrucciones, noticias... La situación le estaba desbordando. Temía que le llamara su novio. No se sentía capaz de entonar lo suficientemente bien la voz como para que él no se diera cuenta del engaño.
En ese instante, Fran llegó con su coche y lo colocó a su altura. Con la mano le hizo un gesto para que bajase su ventanilla, y este le dijo simplemente... ¿Me sigues?
Ella no dijo nada, tan sólo lo miró esbozando una sonrisa nerviosa.

Mientras los dos circulaban en fila india por la carretera, sus corazones bombeaban sangre al máximo de su capacidad. De hecho, María notaba como se engarrotaban sus brazos y rezaba, por su seguridad, para que el trayecto no fuese demasiado largo. Esa indescriptible sensación se estaba transmitiendo a sus piernas. La conducción se le dificultaba por momentos. Un sudor frío se apoderó de su cuerpo y su mente se comportó como un ordenador colgado, incapaz de responder a las exigencias de su usuario.

El destino de tan deseado como indebido itinerario fue un discreto motel de las afueras. Él parecía conocerlo. Ella, sin embargo, nunca había estado allí.
Les asignaron la habitación número cinco.
No hubo romanticismo. Ella lo quiso abrazar para besarlo, apasionadamente, pero él se lo impidió.
-Desnúdate, le exigió Fran sin más preámbulo.
Un tanto confusa, ella le obedeció casi de manera inconsciente. Él hizo lo propio.
- Túmbate al borde de la cama y abre bien tus piernas –le ordenó de forma tajante.
María obedeció como fuera de sí, sin oponer resistencia ni objeción alguna, víctima de una excitación que inundaba su cerebro de un nivel inaudito e incontrolado de hormonas que confundían su voluntad y anulaban su capacidad de reacción.
Fran comenzó a lamerle su sexo de una manera ansiosa y salvaje. El sexo de María ya era un mar de fluidos antes, incluso, de haber salido de la oficina. El contacto de la lengua y la boca de Fran provocaron en ella una corriente eléctrica, tan sólo comparable a un suave orgasmo permanente que se extendiera por cada centímetro de su delicada piel.
Cuando Fran se sintió saciado se incorporó y le pidió a María que se acariciara. La compañera, como una autómata, colocó bajo su cuerpo la almohada de aquella cama de alquiler, bajó su mano y comenzó a acariciarse enfervorizada ante la mirada lujuriosa e insaciable de Fran. Él hacía lo mismo, forzando la postura para que su escroto rozara con el sexo mojado de María.
Ella, extasiada, aceleró el ritmo del movimiento de su mano y comenzó a gritar enloquecida sin ningún tipo de prejuicio, alcanzando el mayor orgasmo de su vida.
Él eyaculó sobre el cuerpo de María un semen tan caliente que casi la abrasó.
Después de unos instantes, con un tenso silencio entre los dos, ella le preguntó:
-¿Te apetece penetrarme?
-No María, si lo hiciera no me sentiría cómodo el día de tu boda. Mejor lo dejamos así –le respondió Fran.
-Pero, ¿Vendrás a la boda, verdad? –le preguntó la chica.
-Iré, no te preocupes. Seguro que serás la novia más guapa del mundo –le contestó Fran.
Una vez vestidos, bajo el umbral de la puerta de aquel sórdido cuarto,  abrazándola con fuerza, la besó apasionadamente en la boca.  María disfrutó de un beso que, de manera inconsciente, llevaba esperando desde hacía mucho tiempo.
Después, sigilosamente, los dos abandonaron el motel y aquella extraña e inconfesable deuda quedó saldada.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El apocalipsis según Sam Jumas


¡Ha saltado la noticia!:

En una recóndita aldea del Norte de Europa, cubierta de nieve la mayor parte del año, cuyo nombre aún no sé puede desvelar por razones de seguridad, al parecer, un pastor en aparente estado de embriaguez ha descubierto, este verano, un antiguo baúl bajo las ruinas de una abandonada construcción religiosa del bajo medievo. Según las primeras informaciones, aún por contrastar, el baúl habría sido hallado bajo una gran lápida de mármol, de ahí que aún se mantenga en buen estado de conservación. Sobre la gran piedra de mármol, los expertos han identificado símbolos templarios, como una gran cruz patada y una cabeza barbuda con unos pequeños cuernos que podría hacer referencia a Baphomet. Dentro del baúl sólo había un pergamino de piel de vaca escrito en un extraño lenguaje de signos jeroglíficos y numéricos, y que se encontraba lacrado con un sello donde se podía leer perfectamente el lema templario "sigillum militum xpisti" (El sello de los Soldados de Cristo).
Tras el importante hallazgo, sesenta y seis científicos acompañados de seis teólogos expertos en descifrar mensajes de este mundo y del otro, se han desplazado, a gastos pagados por un mecenas que prefiere mantenerse en el anonimato, hasta un hotel rural que se encuentra en las inmediaciones y que esta haciendo su agosto... y su septiembre. Con rapidez, y antes de que se  transcriban con exactitud, los trascendentales mensajes que esa piel de vaca nos va a desvelar a la humanidad, por si sí o por si no, ya se está construyendo en su honor en el lugar: una gran Iglesia Catedralicia, un hotel de cinco estrellas con spa, tres albergues para peregrinos, dos restaurantes tipo buffet, una peluquería unisex, una clínica dental y un compro oro, aunque hay quién habla de la posibilidad de que, muy pronto, se instale en la zona un McDonald, un Starbucks, un Sex Shop con espectáculo en directo y una sucursal del BBVA.
Otro de los grandes misterios que se ha producido alrededor de este singular acontecimiento, ha sido la preocupante y misteriosa desaparición del pastor, de nombre Sam Jumas. Se calcula que más de 200 periodistas venidos de todo el mundo se encuentran en su búsqueda para entrevistarlo. Ya hay quien dice que este señor, en realidad, podría haber sido un ángel venido del cielo para tal fin.
Hasta el momento, son muy pocas las filtraciones a las que la prensa internacional ha tenido acceso. Según parece, un periodista del prestigioso programa televisivo "Quinto Milenio" ha conseguido sobornar al primo de una limpiadora que trabaja en el hotel. La joven le habría comentado a su primo, mientras ambos se tomaban un relajante baño en un jacuzzi, que los eruditos hablan continuamente de que el Juicio Final se nos viene encima, o que todos, al final, vamos a perder el juicio. (Esto parecen no tenerlo muy claro ni la prima ni el primo) Según esa misma fuente, los templarios habrían tenido en sus manos una versión diferente del testamento de San Juan o lo habrían interpretado de manera distinta a la ofrecida por el Concilio de Cartago.
La misma información apuntaba a que, antes de su desaparición, Sam Jumas declaró, con una botella de Vodka Zubrówka en la mano apuntando al cielo: 
"Me ha sido revelado que, muy pronto, el sol estallará en mil pedazos y la tierra quedará  totalmente calcinada. Esto sucederá cuando un hombre negro mande en el mundo, un Papa nazi gobierne la Iglesia y la prima de riesgo española alcance los 666 puntos básicos."
Todo hace pensar que esto lo dijo, días antes de su desaparición, en la taberna del pueblo, ante un numeroso grupo de hombres que participaban en una tradicional competición, que consiste en beber chupitos de vodka de garrafón y, entre trago y trago, zamparse un típico pepinillo en vinagre sin guiñar los ojos.
Para finalizar, una señora de noventa y dos años que hacía calceta,  comentó a la agencia PAP, antes de morir en extrañas circunstancias, que vio como Sam Jumas se marchaba en un helicóptero acompañado de dos bellas azafatas y un señor con una gran barba y una túnica blanca.
Dicen algunos que Sam Jumas es un nuevo profeta, aunque muchos otros son los que opinan que se trata tan sólo de un alcohólico en busca de su minuto de gloria.
De momento, recemos todos para que la prima de riesgo española no siga subiendo. No vaya a ser el diablo...