domingo, 5 de mayo de 2013

Terrores íntimos


Su primera visita a un psicólogo la tuvo inquieta durante varios días. Aunque ella, la verdad, siempre vivía inquieta. Le pesaban, como una losa, unos miedos tan grandes y profundos que su quehacer cotidiano se parecía, cada vez más, a una ascensión al Himalaya sin oxígeno. Últimamente todo le suponía un esfuerzo: desde el simple hecho de levantarse cada mañana de la cama para ir al trabajo, salir a una cena con sus amigos, ver las noticias en la televisión, pensar en la maternidad o en ir al gimnasio. Cada jornada se le hacía más cuesta arriba.
Cuando Marta se sentó frente a aquel profesional de la mente, sin ninguna razón que le pareciera lógica, se sintió tranquila. La química fluyó entre ambos de manera espontánea. A ella le pareció percibir un resplandor áureo alrededor del cuerpo de aquel terapeuta al que miraba sin pestañear. Se detuvo en contemplar su barba perfectamente delineada, sus ojos redondos e infantiles, sus manos suaves como recién salidas de la manicura, sus labios carnosos y rosados, y su piel, sensiblemente tostada por el sol, destacaba sobre una camisa blanca de lino.
Inicialmente, como suele ser habitual en esas dinámicas, el psicólogo se interesó por su infancia, su adolescencia, la relación con sus hermanos y sus padres, sus aficiones, sus anhelos, sus frustraciones y sus aspiraciones. Ella respondía con la verborrea que le caracterizaba. Marta tenía la singular habilidad de poner en palabras hasta el más insignificante de sus sentimientos y eso, al terapeuta, le vino muy bien.
Los minutos corrían al galope en aquel viejo reloj de pared. La conversación se derivó hacia sus pesadillas. Marta llevaba toda la vida padeciendo unas despiadadas pesadillas que ni tan siquiera la medicación conseguían atenuar.
-Cuéntame la que tuviste anoche -le pidió el doctor Cabrera. 
-Anoche soñé que estaba velando a mi tío Paco. De repente me vi sola con el difunto. Todo el mundo, inexplicablemente, había desaparecido a mi alrededor. Mi tío abrió los ojos y me miró extrañado por la situación. Sus ojos centelleaban. Se veían rojos como los que salen en las fotografías con flash. Se levantó de su féretro y me tendió la mano para que le ayudara a incorporarse. Cogió uno de los ramos de flores que habían en la habitación. Yo lo hacía todo muerta de miedo y de incredulidad. Una vez se hubo incorporado, se atusó el cabello y se sacudió el traje impecable que siempre llevaba y que le habíamos puesto para su descanso eterno. Me pidió que fuéramos a su casa a darle ese ramo de flores a su esposa. Yo le intentaba explicar que mi tía llevaba muerta varios años y que él lo sabía perfectamente.  Él me decía que no, que eso era imposible y que, por favor, le llevara a casa en un taxi. Tu tía nos espera. Verás como nos está esperando sentada en su mecedora -me insistió.
Luego, recuerdo que cogíamos un taxi. El tráfico estaba imposible y mi tío le pidió al taxista que tomara una ruta alternativa, a lo que el taxista respondió que no conocía esa ruta. Mi tío se alteraba y sus ojos enrojecían aún más.
Más adelante, en un semáforo, mi tío Paco me agarró la mano y la sentí fría. Tan fría que un escalofrío me recorrió todo el cuerpo como si me hubiesen dado un latigazo. Cuando el taxi arrancó vi como una oreja de mi tío se desgajaba de su rostro. Él, al darse cuenta de que yo lo había visto todo, cogió la oreja que había caído sobre el asiento del taxi y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta diciéndome que no le dijera nada de esto a mi tía.
Cuando llegamos a su casa mi tío me pidió que abriera la puerta. Al entrar mi tía estaba sentada viendo la televisión y al vernos entrar nos echó la bronca por llegar tarde.
-¿Dónde te habías metido, Paco? Llevó esperándote desde las ocho con la cena preparada. El partido de fútbol acaba de comenzar. Siéntate tú también Marta que os voy a servir la cena.
Mientras mi tía trasteaba en la cocina, mi tío Paco me pidió que no le dijera a mí tía que estaba muerto. No quiero que sufra más por mi culpa -me decía.
Yo no podía parar de llorar. Mi tía apareció en el salón con una enorme bandeja de sardinas crudas -No he tenido muchas ganas de cocinar hoy y como he escuchado en la televisión que el pescado azul fresco es muy bueno para la osteoporosis he pensado que lo mejor sería que nos las comiéramos así. Mi tío Paco enloqueció y le tiró a mi tía la bandeja de sardinas por el suelo. Las sardinas salían volando por la ventana del salón hacia la calle. ¡Ves Paco! ¡Por tu culpa se han escapado las sardinas! ¿Qué vamos a cenar ahora, dime?
Yo no podía dejar de llorar. Un sentimiento de impotencia y de ansiedad me inundaba toda, doctor. En ese momento me desperté. 
-¿Qué le parece doctor Cabrera?- preguntó Marta al especialista.
-Una historia bastante surrealista, pero muy interesante -contestó. ¿Sabes una cosa Marta? Antes de marcharte te voy a pedir que realices un pequeño ejercicio en el despacho que hay aquí al lado. ¿Te parece bien? -le preguntó el psicólogo.
-Claro. ¿Qué es lo que tengo que hacer? -preguntó ella con interés.
-En esta grabadora está registrada toda la conversación que hemos mantenido. Me gustaría que trascribieras sobre un papel la pesadilla que me acabas de contar. ¿Te parece bien? -dijo el doctor.
-Lo haré, aunque no me hace falta la grabadora, desgraciadamente, por mucho que quiero, nunca me olvido de esas pesadilla -le comentó Marta.
-Cuando acabes la dejas ahí y te puedes marchar. Yo estaré en la consulta con otro paciente. Nos vemos la semana que viene a la misma hora y si necesitas algo no dudes en llamarme.

Siete días después, Marta acudió a la cita un tanto más relajada. Sus pesadillas y sus miedos seguían intactos, pero algo le hacía presagiar que aquella terapia le iba a beneficiar.
El doctor Cabrera la recibió con una enorme sonrisa televisiva. Su camisa, pese a no ser la misma de la vez anterior, era del mismo color y de un corte muy similar. Lo encontró más moreno e incluso, si cabe, un poco más guapo que días atrás.
El terapeuta se interesó, con premura, sobre las pesadillas que le habían asediado durante la semana y le pidió que se centrara en la que recordaba con más claridad. Ella comenzó el relato de lo acontecido en aquella pesadilla mientras que él la observaba con una mirada tan balsámica que Marta, en lugar de volver a sentir miedo o tensión durante la exposición, lo que experimentó fue una extraña sensación de alivio.
En esta nueva pesadilla ella se encontraba desnuda dentro de una enorme esfera de cristal. Su más reciente enamorado, también desnudo, era incapaz de acceder a dónde ella se encontraba. Su anterior pareja también llegó al lugar y, del mismo modo, intentó romper la enorme pecera en la que Marta estaba encerrada. Uno tras otro fueron apareciendo desnudos todos los hombres de su vida y todos y cada uno de ellos intentaban, ansiosamente, romper el cristal que les separaba de Marta. 
Sin poder evitarlo, Marta comenzó a fijarse en sus penes. Algunos parecían estar erectos. De hecho, en un momento dado, todos comenzaron a frotarse contra el cristal y sus miembros no paraban de crecer hasta convertirse en penes descomunales. El sueño avanzó con una fuerte pelea entre todos que, a los pocos minutos, acabó convertida en una gran orgía homosexual. 
Ahí me desperté, doctor, espantada y recubierta de sudor por todo el cuerpo -le explicó la paciente.
-Tu subconsciente es infinitamente creativo Marta. ¿Nunca has pensado en escribir? Me sorprende mucho tu capacidad narrativa -le comentó el terapeuta.
-En ocasiones lo he pensado, pero siempre acabo preguntándome: ¿Para qué voy a escribir?, ¿A quién le podrían interesar mis historias?. Quizás, tan sólo sean escusas, ya lo sé, pero al final vence mi conformismo y mi resignación a las ganas de escribir y me quedo ahí, bloqueada y perdida sobre la pantalla en blanco del procesador de textos y le doy a salir. Siempre le doy a salir sin haber escrito ni tres líneas seguidas -le comentó Marta.
-Hoy te voy a pedir que realices otro pequeño ejercicio. Mira Marta, esta es mi dirección personal de correo electrónico. Cuando llegues a casa intenta escribir esta pesadilla que me acabas de contar, y si te apetece, sólo si te apetece, durante esta semana me escribes las pesadillas que vas teniendo. No es una obligación, no quiero que lo veas como tal. ¿Te parece bien? -le planteó el doctor Cabrera.
-Claro, lo voy a intentar. Si viera que sufro demasiado reviviendo esas pesadillas dejaría de hacerlo y ya está -le respondió Marta.

Las visitas al psicólogo se fueron sucediendo conforme a lo previsto. Una vez por semana, durante los últimos seis meses, habían conseguido que Marta se sintiese un poco mejor y, sobre todo, más segura de sí misma. Su actividad diaria se estaba haciendo mucho más llevadera. Su capacidad de socializar se había normalizado por completo y Marta ya se planteaba que había llegado el momento de ahorrarse los cincuenta euros semanales que le costaba cada consulta y, con ese dinero, reservarse unas modestas vacaciones, para el próximo verano, en alguna aldea de montaña en Portugal.

Marta llegó ese día a la consulta con el firme convencimiento de que, por el momento, las terapias semanales debían dar paso a consultas más espaciadas en el tiempo, siempre y cuando al doctor Cabrera le pareciera adecuado el planteamiento. Así que, Marta, nada más llegar, se lo contó al psicólogo.
-Creo que estamos sincronizados. Precisamente hoy te iba a hablar de eso y de una sorpresa que tengo para ti. Marta: ¿Has escuchado alguna vez sobre los portales de autoedición de libros que hay en Internet? -le preguntó el psicólogo.
-Sí doctor. Al comenzar las visitas, cuando usted me intentó animar para que escribiese, estuve visitando un par de ellas, pero la verdad, no insistí demasiado y abandoné la idea. Quizás no fue el momento adecuado -le respondió Marta.
-Pues, precisamente de eso te quería hablar -dijo el doctor.
Y diciendo eso, el doctor Cabrera metió la mano en su cajón y le ofreció un libro. 
-Espero que te guste -le dijo.
Cuando ella leyó el título: "Terrores íntimos" y el nombre de su autora: Marta Fernández Del Toro, no podía dar crédito a lo que estaba viviendo.
-¿Qué es esto, doctor? -preguntó la paciente visiblemente emocionada.
-Tu primer libro, Marta. Entre otras cosas, me he tomado la libertad de escribirte el prólogo, sacar el depósito legal, el ISBN, realizar las correcciones, maquetarlo y enviarlo a la editora. Por cierto, en los veinte días que lleva a la venta en Internet se han vendido trescientos ejemplares y una editorial está interesada en adquirir los derechos de la obra para hacer una primera tirada impresa. ¿Qué te parece, Marta? -le planteó el doctor.
Pero Marta, pese su enorme habilidad para expresarse, no pudo articular palabra alguna. Un llanto de emoción comenzó a brotar de sus ojos y, doctor y paciente, se fundieron en un largo y fraternal abrazo.

5 comentarios:

  1. Barbaro José, es impresionante la forma en que correlacionas cada sueño haciendo ver que son diferentes pero no pueden ser separados como se ha de ser dura en la critica si la forma en que conduces la imaginación de quien te lee es sencillamente magnifica? si y hay que ser sincera este esta muchísimo mejor que el anterior, y cuando digo muchísimo es porque la forma en que lo escribes y describes cada situación es única.......................felicitaciones.

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  2. De nuevo un bonito relato con un buen mensaje,,,,,,no te as planteado ir a la consulta del doctor Cabrera ,je,je,je

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    1. Creo que si voy me ingresarían ipso facto y por tiempo indefinido... Así que mejor me quedo en casa dando guerra.

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  3. Felicidades Jose.
    haces que nos metamos en la historia que cuentas, lástima que acabe pronto.
    Y tranquilo...a mi tambien me encerrarían jejeje

    un saludo

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  4. De nuevo un bonito y original relato, fantastico, una manera muy buena de vencer nuestros miedos, escribirlos y asi superarlos. Me ha encantado, tu quizas podrias ser ese doctor Cabrera, que opinas?

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