domingo, 8 de diciembre de 2013

Venancio Mulero VI


-Venancio, ¿no oyes la puerta?. Hace rato que están llamando -le recriminó Lola, desde el pasillo.
-Perdona, Lola, estaba arreglando mi cuarto. Voy ahora mismo -respondió él, un tanto apurado por la situación.
Al abrir la puerta el joven montañés vio a un par de hombres que esperaban en la calle. Uno de ellos podría contar, perfectamente, con más de noventa años, y el otro aparentaba ser algo menor. 

-Ayúdeme, buen mozo, le solicitó el hombre de menos edad. Entre los dos subiremos a mi padre. Parece increíble, pero estos escalones deben ser los más altos de toda Barcelona y el pobre ya no está para muchos trotes.

Al bajar, el hombre mayor le comentó a Venancio: 

-Tú debes ser el nuevo mozo que iba a venir del pueblo de Lola, ¿verdad, joven? -le preguntó el abuelete.
-Así es caballero, hoy es mi primer día de trabajo -respondió Venancio con entusiasmo. 
-¡Ay!, qué pena que no tuviera yo ahora setenta años menos, que sino, como le dije a Lola, me quedo yo con el trabajo -dijo el anciano.
-Papá, qué cosas tienes, cada día estás peor -le recriminó el hijo.
-Tú sí que estás peor, que eres un solterón y te vas a morir siendo un solterón. Dime, jovencito, han llegado chicas nuevas a la casa o son las mismas -le preguntó el nonagenario.
-Y él qué sabe, papá. Acaba de decir que es su primer día de trabajo. ¡Ves como estás cada día más lelo! -sentenció el hijo.

Después de acomodarlos en la salita de espera, Venancio tiró del cordón rojo que avisaba a las chicas de que habían llegado clientes. Ipso facto aparecieron todas acompañadas por Lola; iban ataviadas con unos vestidos muy pomposos, de amplios escotes de barco, o palabra de honor, y unas faldas de campana cuyos coloridos combinaban perfectamente con la decoración de la casa.

Ese era el momento preestablecido en el que Venancio tenía que desaparecer de la escena. Lola le había recomendado que esperara siempre en su cuarto, o en el pasillo, o en el pequeño despacho, al que, sin dudarlo un momento, Venancio se dirigió para ojear los libros, ya que, hasta el momento, eran los únicos que había localizado en toda la casa. 
Pese a que no eran muchos, en aquel escritorio decimonónico había más libros de los que Venancio había soñando nunca leer. La mayoría eran ediciones antiguas con tapas en piel, tal vez comprados al peso. También los había modernos, e, inclusive, algunos forrados con papel de periódico, quién sabe si para favorecer su conservación o si para ocultar su contenido anarquista, tan en boga durante las últimas décadas por toda Cataluña.
El primer libro que tomó entre sus manos fue "El asno de oro" de Apuleyo. El hecho de que un joven, por arte de magia, se convirtiera en un burro, le pareció una historia lo suficientemente interesante como para convertirse en el primer libro que comenzara a leer de aquella inesperada y variopinta colección.
Con el libro en la mano, Venancio se dirigía a su cuarto cuando le pareció que alguna de la chicas estaba dando voces llamando a Lola.
-¡Lola, Lola, don Esteban no respira! ¡Lola! -gritaba Martina desesperada.

Florenciano, el hijo de don Esteban, apareció en el pasillo subiéndose los pantalones, al mismo tiempo que acudían Lola, Venancio y el resto de las chicas.
Al entrar al cuarto donde habitualmente desempeñaba sus funciones la joven Martina, encontraron a don Esteban boca abajo en la cama sin moverse. 
-¿Qué ha ocurrido Martina? -le preguntó Lola a la joven meretriz, que no paraba de sollozar.
-Pues, la verdad, todo fue tan rápido, que no sé muy bien. No me dio ni tiempo a quitarme la ropa. Yo estaba sentada en la cama, desabrochándome, y él sentado en la silla mirándome, como siempre solía hacer. Cuando, de repente, se puso de pie, como para acercarse a mí, dio dos pasos, torció los ojos, se persignó,  se llevó las dos manos al pecho, y cayó de frente como cuando talan un árbol. Menos mal que me dio tiempo a apartarme, que sino me cae encima, Lola -respondió la chica asustada.
-¿Y, ahora, qué hacemos? -Preguntó asustado Florenciano, que si por algo destacaba no era por su elocuencia.
-¿Cómo que qué hacemos? Pues usted sabrá que para algo es su hijo. Nosotras no queremos líos, y supongo que ustedes tampoco, así que ya estamos pensando en cómo vamos a sacarlo de aquí -exigió Lola con autoridad.
-¡Pero está muerto!. ¿Cómo lo vamos a sacar de aquí sin llamar la atención? ¿Cómo vamos a hacer para qué el taxista no se percate de que estamos subiendo a un muerto en su coche? -preguntó el hijo aterrorizado.

El nerviosismo crecía en la casa. Las chicas consolaban a la joven Martina que aún no se recuperaba del susto y tenía la cara más blanca que el papel. El muerto seguía boca abajo, como si le hubiesen pegado un tiro a traición, y Venancio, no daba crédito a lo que le estaba aconteciendo nada más comenzar sus primeras horas al servicio de aquella lujosa casa de citas de la Ciudad Condal. 

-Venancio, rápido, trae la botella de ron Puyol que hay en el armario de la salita. Le vamos a llenar la boca de ron y empaparemos bien los ropajes de don Esteban. Le diremos al taxista que el señor lleva una tajada de campeonato y tú acompañaras a Florenciano hasta su casa. Luego lo subís entre los dos, lo dejáis sentado en una butaca del salón con la botella de ron en el suelo y llamáis a la ambulancia -planteó Lola, haciendo alarde de sus galones.
-¿Y qué le decimos a los de la ambulancia? -preguntó Florenciano.
-¡Coño!, exclamó Lola, cómo que qué le vas a decir, pues que acabais de llegar a tu casa y que tu padre estaba más tieso que la mojama después de haberse pimplado una botella de ron Puyol. Con la edad que tiene, o mejor dicho, que tenía, nadie pondrá en duda nuestra coartada -explicó Lola.
-Pero es que todo el mundo sabe que mi padre no bebía. No quiero que se corra el rumor, por toda Barcelona, que mi padre era un borracho -exclamó el hijo, sobresaltado.
-De acuerdo -respondió Lola. Venancio: llama a la policía y diles que don Esteban se ha muerto en Casa Lola, la casa de citas más famosa de la ciudad, así la gente sabrá que el señor Esteban, santo y devoto donde los haya, no era un alcohólico anónimo sino un aficionado a las mujeres de vida alegre, que eso le parece mucho mejor a su hijo.
-No, no. Mejor hacemos lo del ron.
Y así lo hicieron.

5 comentarios:

  1. Jajaja..pobre Venancio, su primer día de trabajo ha sido movidito!!!

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  2. Antes solo pense en Venancio y puede que haya quedado un poco malvada pues no he pensado en Don Esteban, tal vez sea porque aunque a muerto lo ha hecho feliz..

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    1. Sí, Conchy, sin pretenderlo, algunos personajes están eclipsando a nuestro joven protagonista. Veremos a ver qué pasa... Saludos.

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  3. Que ganas de vivir pensando que hasta los noventa años uno puede tener aún energía

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  4. Don Esteban ha muerto feliz, en el sitio donde le gustaba ir y casi haciendo lo ke le gustaba..............

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