sábado, 7 de junio de 2014

Ínsula Demenciaria.


Las tórtolas emitían esta mañana un sonido ronco, como si les doliera al respirar. Las luces de la mañana se batían en duelo contra unas sombras en abierta y cobarde retirada. El viento, con su pasividad, cedía un día de dominio absoluto a la temperatura. Quizás, por ello, las tórtolas se sentían inquietas, conscientes de la que se les venía encima. 
Yo, mientras tanto, pensé en que, como el Príncipe Felipe, ya voy teniendo edad para reinar. Evidentemente yo no tengo ninguna plaza vacante a la que aspirar. Mi padre no llegó a reinar, más que nada por su humilde condición de plebeyo, y por estar más preocupado de la fluctuación del precio del pulpo congelado, y los bingos acumulados, que en otros menesteres más palaciegos y de carácter regio.
Mas, sin embargo, a mí no me importaría reinar en alguna Ínsula Barataria. De hecho, todos los dementes gobernamos nuestra propia locura, como un mundo paralelo, que tan sólo habita en nuestro interior, y del que somos gobernantes absolutos.
Como coetáneo del Príncipe Felipe, me siento con ganas de asumir grandes retos. De hecho, en mi Ínsula Barataria, a la que a partir de ahora llamaré Ínsula Demenciaria, pienso establecer, por orden real, que todos los hombres y mujeres puedan casarse y desposarse tanta veces como quieran. No contento con esa libertad, aboliré la propiedad privada, y el uso del dinero. El trueque será la moneda de cambio, y yo, como sumo mandatario, tendré derecho a percibir el diezmo laboral de todos mis súbditos. Cambiaré la bandera y el himno todos los años para que no aburran. Prohibiré todas las religiones. Cerraré todas las escuelas. Destruiré todas las armas. Para acabar con las lista de espera del sistema sanitario, cerraré todos los hospitales, y el sistema será totalmente domiciliario. Por todo ello, cada familia tendrá a su disposición un asistente las veinticuatro horas del día, un educador por seis horas al día y una visita médica semanal.
También nacionalizaré la distribución de alimentos, productos para el hogar y vestuario. Día sí y día no, todos mis súbditos recibirán gratuitamente en su domicilio un surtido alimenticio de marca blanca, científicamente estudiado, cuyo consumo evitará la mayoría de las enfermedades que ahora nos afectan.  En el cerebro de cada uno de mis nacionales instalaré un novedoso sistema informático y de comunicación, con el que conseguiré el control más absoluto sobre la ciudadanía, y lo que es más importante aún, su total felicidad.
En ese momento, en el que las tórtolas me había recordado que aun permanecía en el jardín de aquel infame hospital psiquiátrico, y un moscardón se había posado en mi nariz, la hermana Florenciana nos avisó, dando voces, de que comenzaban a pasar consulta. 
-Fernández -dijo un enfermo que había escuchado toda mi letanía. Yo no quiero vivir en tu país. Conmigo no cuentes. Estoy mucho mejor aquí. Lo peor de todo es este maldito calor. Este calor es lo que me pone loco.  
-Y a mí ni te cuento. Por algo me llaman Fernández I "El Caluroso".
-¡Estas más loco cada día, macho! -exclamó el compañero.
-¡Mira quién fue a hablar! -le respondí.

10 comentarios:

  1. A veces el.mejor estado es la locura

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    1. Lo mejor es estar, Pedro, cada uno a su manera. Pero estar.

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  2. La locura no es más que un espacio eterno dado a la razón, si no hay que ver cuantas veces al día nos hacemos los locos cuando: de pagar una deuda se trata, de cumplir con una cita algo embarazosa o en ultimas de enfrentar día a día esta vida que cada vez se pone mas dura?.........................................kathy

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  3. De vez en cuando es bueno dejarse llevar por la locura, es un estado emocional que conduce a la razón. Durante toda la vida cuantas veces nos hacemos los locos?

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  4. Tampoco me pareace tan descabellado. Creo que hay países por el Índico que venden islotes. Sería un buen sitio.
    Un abrazo.

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    1. Pues qué te digo, Cuentón: como mañana me toque el Euromillón...

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  5. Pues yo como el otro enfermo, conmigo no cuentes, no voy de reyes. Un abrazo..

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    1. El otro enfermo, como tu le llamas, parece más cuerdo que el señor Fernández. Saludos.

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