domingo, 29 de marzo de 2015

La isla


A un pobre no, pero cuando eres asquerosamente rico, en ocasiones, te dan unos arrebatos tremendos. Aquella mañana, a pesar de haberme olvidado el teléfono en casa, no tenía que haber regresado. Es de esas cosas que las haces y cuando las estás haciendo te dices a ti mismo: ¿no sería mejor olvidarme una mañana del teléfono y recogerlo tranquilamente al mediodía cuando regrese a comer?. Pues eso, me lo pregunté, pero opté por volver a recogerlo después de acabar la primera reunión de la mañana con mi director de inversiones de alto riesgo.
Mientras regresaba a casa, le confieso, asombrado lector, que intuía que aquello sí era una operación de riesgo que debía de haber consultado previamente con mi asesor. Sabía que, una simple maniobra doméstica como volver a casa a una hora fuera de lo habitual, podría desencadenar una oleada de acontecimientos que cambiarían el curso de mi historia y la de mi compañía. Como así fue. Tal vez, sabe usted, ahora que lo describo desde la distancia, amparado por el paso del tiempo, y arrullado por las olas del mar, puedo pensar que, en realidad, fui yo quién, aún a sabiendas, quise provocar esta situación.
Para hacérselo corto, porque esto no es una novela como la del Señor Grey, les diré que mi esposa estaba en casa con su entrenador personal, pero en lugar de ejercicios aeróbicos, estaban practicando con suma devoción el kamasutra. Yo les dije a los asombrados contorsionistas, con la educación que siempre me caracteriza, que siguieran con su ejercicio de acrobacia del Circo del Sol, que no era mi intención incordiar y tan sólo necesitaba recuperar mi teléfono móvil. Y lo recuperé.
Evidentemente, más allá de cesar por un instante en la emisión de tan ostentosos jadeos, no dijeron ni mu. Me gustó la lencería de mi esposa, poco propia para eventos deportivos, pero muy adecuada para la ocasión. Conmigo siempre usaba un pijama de felpa, pero claro, yo no tengo, ni tendré ya nunca, el cuerpo de su entrenador, ni merecía tan altos estándares de erotismo. Conmigo tampoco se había metido nunca en la cama con sus zapatos de aguja, ni con un peinado de fiesta, ni maquillada, ni con un collar de perlas nacaradas. Me quedó claro, de un vistazo, que yo no era merecedor de esa parte de su psicología. Yo había disfrutado de su amor austero y monacal, y el entrenador se estaba poniendo las botas con su lado más lascivo y perverso. 
De regreso a mi oficina, mi Jaguar, mi empresa, mi yate, mi traje de tres mil euros, mi visa, mi american express, mis cientos de inversiones bursátiles, mis cuatro mil trescientos empleados, todo mi mundo, era una puta mierda. Absolutamente nada. 
Al llegar a mi oficina encendí el ordenador. Escribí en San Google: "Comprar una isla" y me dejé llevar...
Vender mi empresa no fue difícil, desde hacía algunos años, mi competencia me había lanzado varias ofertas y vendí al mejor postor.
Lo del cambio de identidad y simular mi muerte en un accidente de avioneta, me llevó algo más de tiempo, pero, como usted, que está leyendo con asombro este mensaje que habrá encontrado en alguna playa tan recóndita como la isla en la que me estoy pegando la vida padre, podrá comprender, con dinero en abundancia todo se arregla.
Elegí el Mar Egeo. Siempre fui un gran amante de la mitología griega. Mi esposa sigue en su mansión y, ahora, creo que su entrenador personal es también su mayordomo y su asesor financiero. Ella, pese a estar próxima a los sesenta años, siempre se cuidó mucho. Nunca escatimó en cirujías ni en tratamientos de belleza de los más sofisticados.
Y no sé que más contarle... temo aburrirle a usted para propiciar mi propio entretenimiento y no tengo derecho a tal cosa. Hace unos meses me dio por lanzar mensajes dentro de las botellas de champán francés que me tomo a diario y que escribo desnudo en la playa de mi isla. Como se habrá dado cuenta, tampoco para los ricos todo es perfecto. De hecho, tras leer a Platón, Sócratés, Aristóteles, y Heráclito de Éfeso me he dado cuenta de que la perfección no existe, y que todo cambia, y que yo soy otro...
Ahora que no existo es cuando mejor me siento.

2 comentarios:

  1. Algunas veces es mejor no saber lo que pasa en el entorno. El dinero ayuda pero nunca reemplazara la felicidad………… Es mejor seguir la continuidad de la vida y no devolverse a la decepción que produce el poderío.

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  2. Muchas veces en la invisibilidad es dode encontramos La Paz

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