martes, 5 de enero de 2016

Los cisnes de Masuria


Marcel se fue esa noche a la cama envuelto en un edredón de plumas de cisne de Masuria. Leía a Zygmunt Miloszewski, con una luz amarillenta que dispensaba un antiguo quinqué, en un alarde de resistencia ante la adversidad. El termómetro marcaba veinte bajo cero. Rechinan sus dientes, sin control, embutido en un pijama de felpa. Y patucos de lana. Y un gorro. Y hasta guantes. Esa temperatura no era moco de pavo y los meteorólogos pronosticaban que podían superarse todos los registros. La calefacción central se había estropeado y hasta mañana no vendrían a arreglarla. El servicio técnico se justificó alegando estar desbordado por la situación. Marcel sintió como sus pelotas se encojían hasta convertirse en dos garbanzos. El pito desapareció como queriendo buscar el calor en su interior y adquiriendo el aspecto de una crisálida. 
Polonia en invierno tiene bemoles. Bendito vodka -pensó- dando un salto de la cama, mientras se dirigía a un viejo mueble bar que heredó de su abuelo. 
Él y su abuelo siempre fueron de Wyborowa. El Chopin les resultaba más suave: 
-¡El Chopin es para los extranjeros! -gritaba siempre el abuelo al tercer chupito. Los extranjeros no entienden ni de música ni de vodka- solía decir el anciano. Y Marcel no sabía qué responder porque no conocía a ningún extranjero ni sabía mucho de música.
El abuelo Tadeusz luchó en la resistencia contra los nazis. Anualmente, en la fiesta que conmemora el inicio de la insurrección, que se celebra todos los primeros de agosto, los combatientes que aún vivían recibían un emotivo homenaje. Un acto al que cada año acudían menos compañeros, vaticinando su propia y definitiva ausencia, cosa que, para desgracia de Marcel, sucedió el verano pasado.
Éste va por ti, abuelo -exclamó Marcel, mientras levantaba un pequeño vaso de cristal tan rallado que había perdido totalmente su transparencia. Cuánto te echo de menos, abuelo. Ya no quedan hombres como tú en Polonia -decía mirando una vieja fotografía en blanco y negro. Cazaste más nazis tú solo que toda la resistencia junta. Te fuiste con la cabeza bien alta, abuelo -dijo levantando el desgastado vaso nuevamente.
A ese vodka siguieron algunos más. Se olvidó del frío. De la negativa del calefactor a desplazarse hasta el viejo edificio situado en la calle Targowa. De la ausencia de su esposa, a la que nunca quería nombrar, y a la de su hija Monika. Del odio que sentía hacia su jefe. Se olvidó de todo excepto de su abuelo Tadeusz. El viejo lo había sido todo para él. Más que sus padres, que tuvieron que emigrar a trabajar a Inglaterra dejándolo solo con sus abuelos. Más que a su mujer, que lo había abandonado por un constructor, un nuevo rico con financiación comunitaria, que la había contratado como secretaria, y por lo buena que estaba. Más que a su propia hija, a la que no veía desde hacía varios años, porque un juez le había quitado todos sus derechos de tutela por su conocida afición al alcohol.
A punto de congelarse en aquel salón sucio y desvencijado, consiguió llegar a duras penas hasta el dormitorio, no sin antes haber tirado por los suelos los restos de una sopa zurek que llevaba varios días en un plato sobre una mesa baja que había situada frente al televisor y con la que, antes o después, todo el mundo se tropezaba.
Aquella noche Marcel soñó con cisnes; unos cisnes blancos, níveos, elegantes. Y soñó con su abuelo Tadeusz en un viaje que, hace más de cuarenta años, hicieron juntos al lago de Masuria, en verano, en la incomparable Región de los Mil Lagos. Tal vez allí disfrutó del mejor verano de su infancia, o quién sabe si de toda su vida. Marcel soñó con los mismos cisnes que esa noche de frío polar, gracias a sus delicadas plumas, probablemente, le habían salvado la vida.



3 comentarios:

  1. Que relató más bueno Pepe, es evidente que Polonia te ha marcado por qué hablas de ella con una naturalidad especial, como si llevaras viviendo allí numerosos años. No solo nombras calles, plazas, lugares, sino que hasta te atreves con marcas de vodka, increíble. Habrá que visitar Polonia dada tu ilusión por ella....Felices Reyes y un fuerte abrazo.

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  2. Excelente escrito amigo, a veces, el frio no solo climático es el catalizador perfecto para que nuestra memoria de un paso atrás y nos deje ir tan lejos como nos sea posible de ese lugar tan frio como Polonia en invierno.

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  3. Bueno retomo poco a poco tus lecturas que paa no variar son geniales.
    Buen año que aún no te lo he deseado.
    Muchos besos

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